BIENVENIDOS AL BLOG DE LECTURA DE LA ESC. PRIM. "DR. GUSTAVO BAZ" ZONA 10

4 de febrero de 2011

LA CABEZA DE COLORES


Esta es la increíble historia de un niño muy singular. Siempre quería aquello que no tenía: los juguetes de sus compañeros, la ropa de sus primos, los libros de sus papás... y llegó a ser tan envidioso, que hasta los pelos de su cabeza eran envidiosos. Un día resultó que uno de los pelos de la coronilla despertó de color verde, y los demás pelos, al verlo tan especial, sintieron tanta envidia que todos ellos terminaron de color verde. Al día siguiente, uno de los pelos de la frente se manchó de azul, y al verlo, nuevamente todos los demás pelos acabaron azules. Y así, un día y otro, el pelo del niño cambiaba de color, llevado por la envidia que sentían todos sus pelos.
A todo el mundo le encantaba su pelo de colores, menos a él mismo, que tenía tanta envidia que quería tener el pelo como los demás niños. Y un día, estaba tan enfadado por ello, que se tiró de los pelos con rabia. Un pelo delgadito no pudo aguantar el tirón y se soltó, cayendo hacia al suelo en un suave vuelo... y entonces, los demás pelos, sintiendo envidia, se soltaron también, y en un minuto el niño se había quedado calvo, y su cara de sorpresa parecía un chiste malo.
Tras muchos lloros y rabias, el niño comprendió que todo había sido resultado de su envidia, y decidió que a partir de entonces trataría de disfrutar de lo que tenía sin fijarse en lo de los demás. Tratando de disfrutar lo que tenía, se encontró con su cabeza lisa y brillante, sin un solo pelo, y aprovechó para convertirla en su lienzo particular.
Desde aquel día comenzó a pintar hermosos cuadros de colores en su calva cabeza, que gustaron tantísimo a todos, que con el tiempo se convirtió en un original artista famoso en el mundo entero.

Autor: Pedro Pablo Sacristan

LA ISLA DE LOS INVENTOS


La primera vez que Luca oyó hablar de la Isla de los Inventos era todavía muy pequeño, pero las maravillas que oyó le sonaron tan increíbles que quedaron marcadas para siempre en su memoria. Así que desde que era un chaval, no dejó de buscar e investigar cualquier pista que pudiera llevarle a aquel fantástico lugar. Leyó cientos de libros de aventuras, de historia, de física y química e incluso música, y tomando un poco de aquí y de allá llegó a tener una idea bastante clara de la Isla de los Inventos: era un lugar secreto en que se reunían los grandes sabios del mundo para aprender e inventar juntos, y su acceso estaba totalmente restringido. Para poder pertenecer a aquel selecto club, era necesario haber realizado algún gran invento para la humanidad, y sólo entonces se podía recibir una invitación única y especial con instrucciones para llegar a la isla.
Luca pasó sus años de juventud estudiando e inventando por igual. Cada nueva idea la convertía en un invento, y si algo no lo comprendía, buscaba quien le ayudara a comprenderlo. Pronto conoció otros jóvenes, brillantes inventores también, a los que contó los secretos y maravillas de la Isla de los Inventos. También ellos soñaban con recibir "la carta", como ellos llamaban a la invitación. Con el paso del tiempo, la decepción por no recibirla dio paso a una colaboración y ayuda todavía mayores, y sus interesantes inventos individuales pasaron a convertirse en increíbles máquinas y aparatos pensados entre todos. Reunidos en casa de Luca, que acabó por convertirse en un gran almacén de aparatos y máquinas, sus invenciones empezaron a ser conocidas por todo el mundo, alcanzando a mejorar todos los ámbitos de la vida; pero ni siquiera así recibieron la invitación para unirse al club.
No se desanimaron. Siguieron aprendiendo e inventando cada día, y para conseguir más y mejores ideas, acudían a los jóvenes de más talento, ampliando el grupo cada vez mayor de aspirantes a ingresar en la isla. Un día, mucho tiempo después, Luca, ya anciano, hablaba con un joven brillantísimo a quien había escrito para tratar de que se uniera a ellos. Le contó el gran secreto de la Isla de los Inventos, y de cómo estaba seguro de que algún día recibirían la carta. Pero entonces el joven inventor le interrumpió sorprendido:
- ¿cómo? ¿pero no es ésta la verdadera Isla de los Inventos? ¿no es su carta la auténtica invitación?
Y anciano como era, Luca miró a su alrededor para darse cuenta de que su sueño se había hecho realidad en su propia casa, y de que no existía más ni mejor Isla de los Inventos que la que él mismo había creado con sus amigos. Y se sintió feliz al darse cuenta de que siempre había estado en la isla, y de que su vida de inventos y estudio había sido verdaderamente feliz.


AUTOR: Pedro Pablo
Sacristan

EL TIGRE SIN COLOR


Había una vez un tigre sin color. Todos sus tonos eran grises, blancos y negros. Tanto, que parecía salido de una de esas películas antiguas. Su falta de color le había hecho tan famoso, que los mejores pintores del mundo entero habían visitado su zoológico tratando de colorearlo, pero ninguno había conseguido nada: todos los colores y pigmentos resbalaban sobre su piel.
Entonces apareció Chiflus, el pintor chiflado. Era un tipo extraño que andaba por todas partes pintando alegremente con su pincel. Mejor dicho, hacía como si pintara, porque nunca mojaba su pincel, y tampoco utilizaba lienzos o papeles; sólo pintaba en el aire, y de ahí decían que estaba chiflado. Por eso les hizo tanta gracia a todos que Chiflus dijera que quería pintar al tigre gris.
Al entrar en la jaula del tigre, el chiflado pintor comenzó a susurrarle a la oreja, al tiempo que movía su seco pincel arriba y abajo sobre el animal. Y sorprendiendo a todos, la piel del tigre comenzó a tomar los colores y tonos más vivos que un tigre pueda tener. Estuvo Chiflus mucho tiempo susurrando al gran animal y retocando todo su pelaje, que resultó bellísimo.
Todos quisieron saber cuál era el secreto de aquel genial pintor. Chiflus explicó cómo su pincel sólo servía para pintar la vida real, que por eso no necesitaba usar colores, y que había podido pintar el tigre con una única frase que susurró a su oido continuamente: "en sólo unos días volverás a ser libre, ya lo verás".
Y viendo la tristeza que causaba al tigre su encierro, y la alegría por su libertad, los responsables del zoo finalmente lo llevaron a la selva y lo liberaron, donde nunca más perdió su color.


Autor: Pedro Pablo Sacristan

Lio en la clase de ciencias


El profesor de ciencias, Don Estudiete, había pedido a sus alumnos que estudiaran algún animal, hicieran una pequeña redacción, y contaran sus conclusiones al resto de la clase. Unos hablaron de los perros, otros de los caballos o los peces, pero el descubrimiento más interesante fue el de la pequeña Sofía:
- He descubierto que las moscas son unas gruñonas histéricas - dijo segurísima.
Todos sonrieron, esperando que continuara. Entonces Sofía siguió contando:
- Estuve observado una mosca en mi casa durante dos horas. Cuando volaba tranquilamente, todo iba bien, pero en cuanto encontraba algún cristal, la mosca empezaba a zumbar. Siempre había creido que ese ruido lo hacían con las alas, pero no. Con los prismáticos de mi papá miré de cerca y vi que lo que hacía era gruñir y protestar: se ponía tan histérica, que era incapaz de cruzar una ventana, y se daba de golpes una y otra vez: ¡pom!, ¡pom!, ¡pom!. Si sólo hubiera mirado a la mariposa que pasaba a su lado, habría visto que había un hueco en la ventana... la mariposa incluso trató de hablarle y ayudarle, pero nada, allí seguía protestando y gruñendo.
Don Estudiete les explicó divertido que aquella forma de actuar no tenía tanto que ver con los enfados, sino que era un ejemplo de los distintos niveles de inteligencia y reflexión que tenían los animales, y acordaron llevar al día siguiente una lista con los animales ordenados por su nivel de inteligencia...
Y así fue como se armó el gran lío de la clase de ciencias, cuando un montón de papás protestaron porque sus hijos... ¡¡les habían puesto entre los menos inteligentes de los animales!! según los niños, porque no hacían más que protestar, y no escuchaban a nadie.
Y aunque Don Estudiete tuvo que hacer muchas aclaraciones y calmar unos cuantos padres, aquello sirvió para que algunos se dieran cuenta de que por muy listos que fueran, muchas veces se comportaban de forma bastante poco inteligente.


Autor: Pedro Pablo Sacristan

Orejas mágicas para niños tímidos


Juan era un niño muy tímido. Sentía tanta vegüenza al estar con otras personas, que no se atrevía a decir nada, y se quedaba casi siempre quieto y callado en una esquinita, temiendo lo que pudiera pasar si habría la boca.
Un día, durante una visita, Juan sintió tanta vergüenza que se escondió en una habitación. De repente, una burbuja apareció ante sus narices, y de ella surgió un pequeño duende. Con exagerados gestos de dolor, se tapaba sus grandes orejas con las manos y gritaba:
- ¡Por favor! ¡Por favor! Deja de gritar así. No lo puedo aguantar...
Con el susto el niño olvidó su timidez, y preguntó al duendecillo
- ¿Por qué lloras? ¿Quién te está gritando?
- ¿¡cómo que quién me grita!? - respondió indignado- pues tú, ¿hay alguien más aquí?
El niño miró a su alrededor. Era verdad, estaban solos.
- ¿Qué? Pero si yo casi nunca digo nada... siempre me porto muy bien – dijo trantado de excusarse.
- ¡Ah, claro! - siguió hablando el duendecillo sin perder su enfado- Y voy yo y me lo creo. Tú gritabas como hace tiempo que no he oido a nadie gritar...
- Pero si no he abierto la boca...
- ¡Anda! ¡Esta sí que es buena! ¡Como si para gritar como un loco hubiera que abrir la boca!
- Pues claro- respondió Juan- ¿cómo voy a gritar sin abrir la boca?
Entonces la cara del duende cambió del enfado a la sorpresa.
- Aaahhh....- dijo bajando el tono de voz- ¿pero es que no lo sabes? ¿Nadie te ha contado que tus ojos, tu manos, tus pies y todo tu cuerpo hablan todo el rato? ¡Ahora lo entiendo todo!
Y acercándose a Juan, como en secreto, el duende comenzó a explicarle que cada parte del cuerpo habla su propio idioma sin parar, y cómo cada gesto que hacemos dice unas cosas u otras, en voz bajita o a gritos. Y al final, le entregó un frasquito, dejó caer sus gotitas májicas en las orejas al niño, y le dijo:
- Ahora comprobarás lo que te digo. Con esta poción podrás ser como yo y oír a través de tus orejas lo que dice la gente sin abrir la boca.
Fue una experiencia increíble para Juan. Durante unos pocos días, pudo escuchar cómo todo el mundo mantenía dos o tres conversaciones, incluso estando completamente callados. Y escuchó a sus papás decirse cosas bonitas con la mirada, y a los pies de la vecina protestar porque el ascensor tardaba en llegar, y a la cabeza del carnicero agradecer a una señora lo generosa que había sido con la propina. Pero lo que más le sorprendió fue cuando en un cumpleaños coincidió con otra niña tímida, que miraba constantemente al suelo y no se atrevía a hablar con nadie. Sus mágicas orejas pudieron oír sus grandes gritos: “¡no quiero estar aquí! ¡no quiero jugar con nadie! ¡odio las fiestas!“ Y sabiendo que no era verdad lo que decían los ojos y los pies de aquella niña, se acercó junto a ella y le contó lo que estaba gritando sin saberlo, y mojó sus orejas con las gotitas mágicas ¡Eso sí que les hizo sentir vergüenza!
Juntos, Juan y su nueva amiga se propusieron investigar qué gestos y posturas hacían que sus cuerpos fueran más callados y agradables. Y así fue como descubrieron que sonriendo, mirando a los ojos, acercándose más a las personas y diciendo “hola” y “adiós” cortésmente, sus cuerpecitos dejaron de ser unos gritones, para convertirse en tipos simpáticos y agradables
autor: Pedro Pablo Sacritan

2 de febrero de 2011

HIELO EN LA SELVA

El gran bloque apareció en el centro de la selva una mañana cualquiera. Era un bloque de hielo inmenso, alto como un arbol y grande como cien elefantes, y además, estaba tan frío que nadie se atrevía a acercarse. Pero lo que más intrigó a todos los animales fue el gran tesoro que guardaba en su interior. Tanto, que el propio rey león dijo aquel mismo día que quien fuera capaz de liberarlo, sería su sucesor como rey.
No acabó de decir aquello, cuando todos perdieron su miedo al frío y se lanzaron a por el bloque con toda su furia. Bueno, todos menos la comadreja, que se quedó parada un buen rato mirando el bloque, viendo como los demás animales montaban una alboroto enorme, todos amontonados. El elefante usaba su trompa como un martillo, hasta que le dio un buen porrazo a un gorila y tuvieron que ir a la enfermería. El tigre clavaba sus garras como una taladradora, pero una vez las clavó tanto, que se enganchó y al sacar la zarpa se le rompieron las uñas. Varias gacelas se dedicaron a chupar el bloque al darse cuenta de que estaba hecho de agua helada, pero con tanto helado les dio un empacho tan grande que ya no querían ni probarlo. Los monos estaban decididos a destrozar el bloque, y lanzaban plátanos y piedras como si fueran ametralladoras, pero dieron tantas pedradas al resto de animales, que tuvieron que suspender sus lanzamientos. Y así siguieron todos, intentando romper el bloque a lo bruto durante todo el día sin ningún resultado. Al paso que iban, y viendo lo lentamente que se deshacía tanto hielo, tardarían más de una semana.
Pero justo entonces alguien dijo:
- ¡Mirad! ¡Algo se mueve en el bloque!
Y era verdad, aunque no se veía bien, algo corretaba en el centro del bloque, junto al tesoro... ¿Estaría vivo el tesoro? ¿tendría un dueño que vivía allí?
¡Nada de eso! Era la comadreja, que al poco apareció junto a los demás con algunas piezas del tesoro. Todos estaban impresionados de ver cómo la comadreja había llegado al tesoro sin destrozar el bloque, y después de felicitarla, les pidieron que les contase cómo lo había logrado. Entonces la comadreja contó cómo antes de lanzarse a romper el bloque, se había dedicado a pensar y observar: era un bloque demasiado grande para romperlo a golpes, y tardaría mucho en fundirse por el calor del sol, porque el tesoro estaba en el centro y cerda del suelo, donde no daban los rayos. Y entonces se le ocurrió que podría llegar al bloque por debajo, haciendo un túnel; desde allí hizo un pequeño fuego que comenzó a derretir el hielo rápidamente, ¡y sin apenas esfuerzo pudo llegar al tesoro!
Y así fue como la comadreja llegó a ser la reina de la selva, al demostrar a todos que se consiguen más cosas pensando que lanzándose a hacerlas a lo loco.

Autor: Pedro Pablo Sacristan

NUNCA TE BURLES DE UN RINOCERONTE




Hubo una vez en la sabana africana, un rinoceronte con mal humor que se enfadaba muy fácilmente. Cierto día, una gran tortuga cruzó por su territorio sin saberlo, y el rinoceronte corrió hacia ella para echarla. La tortuga, temerosa, se ocultó en su caparazón, así que cuando el rinocerante le pidió que se fuera no se movió. Esto irritó mucho al gran animal, que pensó que la tortuga se estaba burlando, y empezó a dar golpes contra el caparazón de la tortuga para hacerla salir. Y como no lo conseguía, empezó a hacerlo cada vez más fuerte, y con su cuerno comenzó a lanzar la tortuga por los aires de un lado a otro, de forma que parecía un rinoceronte jungando al fútbol, pero en vez de balón, usaba una tortuga.
La escena era tan divertida, que enseguida un montón de monos acudieron a verlo, y no paraban de reírse del rinoceronte y su lucha con la tortuga, pero el rinoceronte estaba tan furioso que no se daba ni cuenta. Y así siguio hasta que, cansado de dar golpes a la tortuga sin conseguir nada, paró un momento para tomar aire.

Entonces, al parar su ruido de golpes, pudo oír las risas y el cachondeo de todos los monos, que le hacían todo tipo de burlas. Ni al rinoceronte ni a la tortuga, que se asomó para verlo, les hizo ninguna gracia ver una panda de monos riéndose de ellos, así que se miraron un momento, se pusieron de acuerdo con un gesto, y la tortuga volvió a ocultarse en el caparazón. Esta vez el rinoceronte, muy tranquilo, se alejó unos pasos, miró a la tortuga, miró a los monos, y cogiendo carrerilla, disparó un formidable tortugazo, con tan tremenda puntería, que ¡parecía que estaba jugando a los bolos con los monos burlones!.

El "strike" de monos convirtió aquel lugar en una enfermería de monos llenos de chichones y moratones, mientras que el rinoceronte y la tortuga se alejaban sonriendo como si hubieran sido amigos durante toda la vida... y mientras le ponían sus tiritas, el jefe de los monos pensaba que tenían que buscar mejores formas de divertirse que burlarse de los demás.

Autor: Pedro Pablo Sacristan

EL HADA SIN ALAS


Adalina no era un hada normal. Nadie sabía por qué, pero no tenía alas. Y eso que era la princesa, hija de la Gran Reina de las Hadas. Como era tan pequeña como una flor, todo eran problemas y dificultades. No sólo no podía volar, sino que apenas tenía poderes mágicos, pues la magia de las hadas se esconde en sus delicadas alas de cristal. Así que desde muy pequeña dependió de la ayuda de los demás para muchísimas cosas. Adalina creció dando las gracias, sonriendo y haciendo amigos, de forma que todos los animalillos del bosque estaban encantados de ayudarla.
Pero cuando cumplió la edad en que debía convertirse en reina, muchas hadas dudaron que pudiera ser una buena reina con tal discapacidad. Tanto protestaron y discutieron, que Adalina tuvo que aceptar someterse a una prueba en la que tendría que demostrar a todos las maravillas que podía hacer.
La pequeña hada se entristeció muchísimo. ¿Qué podría hacer, si apenas era mágica y ni siquiera podía llegar muy lejos con sus cortas piernitas? Pero mientras Adalina trataba de imaginar algo que pudiera sorprender al resto de las hadas, sentada sobre una piedra junto al río, la noticia se extendió entre sus amigos los animales del bosque. Y al poco, cientos de animalillos estaban junto a ella, dispuestos a ayudarla en lo que necesitara.
- Muchas gracias, amiguitos. Me siento mucho mejor con todos vosotros a mi lado- dijo con la más dulce de sus sonrisas- pero no sé si podréis ayudarme.
- ¡Claro que sí! - respondió la ardilla- Dinos, ¿qué harías para sorprender a esas hadas tontorronas?
- Ufff.... si pudiera, me encantaría atrapar el primer rayo de sol, antes de que tocara la tierra, y guardarlo en una gota de rocío, para que cuando hiciera falta, sirviera de linterna a todos los habitantes del bosque. O... también me encantaría pintar en el cielo un arco iris durante la noche, bajo la pálida luz de la luna, para que los seres nocturnos pudieran contemplar su belleza... Pero como no tengo magia ni alas donde guardarla...
- ¡Pues la tendrás guardada en otro sitio! ¡Mira! -gritó ilusionada una vieja tortuga que volaba por los aires dejando un rastro de color verde a su paso.
Era verdad. Al hablar Adalina de sus deseos más profundos, una ola de magia había invadido a sus amiguitos, que salieron volando por los aires para crear el mágico arco iris, y para atrapar no uno, sino cientos de rayos de sol en finas gotas de agua que llenaron el cielo de diminutas y brillantes lamparitas. Durante todo el día y la noche pudieron verse en el cielo ardillas, ratones, ranas, pájaros y pececillos, llenándolo todo de luz y color, en un espectáculo jamás visto que hizo las delicias de todos los habitantes del bosque.
Adalina fue aclamada como Reina de las Hadas, a pesar de que ni siquiera ella sabía aún de dónde había surgido una magia tan poderosa. Y no fue hasta algún tiempo después que la joven reina comprendió que ella misma era la primera de las Grandes Hadas, aquellas cuya magia no estaba guardada en sí mismas, sino entre todos sus verdaderos amigos.

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